Incendios de 6ª generación: el reto del cambio global y la necesidad de una respuesta integral
En los últimos años, los incendios forestales han alcanzado niveles de intensidad y complejidad sin precedentes. No se trata únicamente de fuegos más grandes, sino de fenómenos extremos que superan la capacidad de extinción actual y que, en muchos casos, amenazan directamente la vida de las personas y el equilibrio de los ecosistemas. Este nuevo escenario, impulsado por el cambio climático y el abandono del medio rural, da lugar a los llamados incendios de sexta generación.
De la continuidad al caos: evolución de los incendios
La clasificación por generaciones permite entender cómo ha evolucionado el riesgo desde un punto de vista táctico-operativo. Cada nueva generación de incendios no sustituye a la anterior, sino que las acumula y agrava, tensando al máximo los recursos humanos, técnicos y organizativos disponibles:
- 1ª generación: aparece con la continuidad de combustible tras el abandono de usos tradicionales del paisaje.
- 2ª generación: se suma un aumento de la velocidad de propagación.
- 3ª generación: incendios convectivos e intensos, con frentes que generan focos secundarios, incontrolables por medios directos.
- 4ª generación: afectan zonas de interfaz urbano-forestal. La emergencia trasciende lo forestal y se convierte en un problema de protección civil.
- 5ª generación: múltiples incendios de gran magnitud simultáneos, agravados por condiciones meteorológicas extremas.
- 6ª generación: incendios que generan su propia meteorología (pyrocumulonimbus) y comportamientos erráticos, capaces de arrasar miles de hectáreas por hora.
Casos como Pedrógão Grande en Portugal, Fort McMurray en Canadá o los incendios de Grecia, Chile y California son ejemplos de esta nueva tipología. (Castellnou, M. et al, 2008)
Una tormenta perfecta: paisaje, clima y paradoja de extinción
Aunque el cambio climático tiene un rol evidente, no es el único culpable. La raíz estructural del problema se encuentra en la acumulación descontrolada de combustible, fruto del abandono de actividades rurales, el cese del pastoreo, y la desaparición de la gestión activa del monte. Este abandono ha creado paisajes continuos, homogéneos y altamente inflamables.
Además, se ha generado lo que se conoce como la paradoja de la extinción: cuanto más eficientes somos en apagar incendios pequeños, más combustible se acumula, y más intensos y destructivos serán los futuros. Esto provoca que incendios menos frecuentes, pero mucho más virulentos, se conviertan en verdaderos eventos extremos.
A esto se suma el cambio climático, que intensifica las sequías, alarga la duración de las campañas de riesgo y disminuye la humedad ambiental, dejando vegetación seca y estresada, lista para arder.
Políticas públicas: prevención estructural y resiliencia
Ante esta nueva realidad, no basta con reforzar los medios de extinción. La única vía sostenible es actuar antes de que el fuego comience, con una visión de largo plazo basada en tres ejes:
1. Gestión del paisaje
La solución debe comenzar en el territorio. Es necesario reducir la continuidad y la carga de combustible mediante:
- Mosaicos agroforestales.
- Recuperación de usos tradicionales.
- Introducción del fuego como herramienta (quemas prescritas).
- Repoblaciones estratégicas con especies adaptadas al fuego.
El fuego, utilizado de forma planificada y controlada, puede actuar como un «vacuna» ecológica, ayudando a crear ecosistemas más resilientes.
2. Protección civil y autoprotección
A partir de los incendios de 4ª generación, el foco ya no está solo en apagar el fuego, sino en salvar vidas y bienes. Para ello, es imprescindible:
- Informar, concienciar y formar a la población sobre cómo actuar.
- Implementar los Planes de Autoprotección y Emergencias en todos los municipios y en las urbanizaciones.
- Adaptar casas y viviendas al riesgo forestal, usando en las viviendas materiales en la construcción y plantas en el exterior no combustibles, teniendo las parcelas limpias y respetando las franjas perimetrales de al menos 25 metros entorno a las urbanizaciones.
- Implantar sistemas de alerta y evacuación eficaces.
El ciudadano debe ser parte activa del sistema de protección, no un mero receptor de ayuda.
3. Reformulación de los sistemas de emergencia
Los dispositivos de extinción deben evolucionar hacia una gestión estratégica del riesgo. No todos los frentes pueden abordarse al mismo tiempo; por ello, es vital:
- Establecer prioridades claras.
- Aceptar costes de oportunidad en las decisiones tácticas.
- Apostar por el análisis técnico y el aprendizaje continuo.
El enfoque reactivo, basado en perseguir las llamas, debe sustituirse por una lógica proactiva, que integre prevención, planificación y evaluación.
La tecnología como aliada: innovación en herramientas y materiales
La nueva generación de incendios exige también una nueva generación de herramientas. La innovación técnica juega un papel esencial en la protección del personal de intervención y en la eficacia de las operaciones. Algunas líneas de desarrollo clave son:
- Mangueras con menor pérdida de carga y más resistentes, que permitan disponer de más agua en tendidos largos y terreno difícil.
- Lanzas de extinción versátiles, capaces de trabajar en alta presión y con la posibilidad de seleccionar distintos caudales, bajos o más altos en función de los diferentes escenarios operativos.
- Equipos ergonómicos, que reduzcan el esfuerzo físico y aumenten la autonomía del bombero en el frente de fuego.
- Sistemas inteligentes de presión y distribución de agua, para optimizar el uso de recursos hídricos escasos.
- Integración de sensores, comunicación y geolocalización, para mejorar la coordinación en escenarios dinámicos.
Estas soluciones no nacen en laboratorios aislados, sino del trabajo conjunto con los cuerpos de bomberos, a través de la experiencia de campo y la evaluación constante.
Un nuevo paradigma para un nuevo fuego
Ya no estamos ante una excepción climática, sino ante un nuevo régimen de incendios. La emergencia no es puntual, sino estructural. Por tanto, exige un cambio de mentalidad: del control al entendimiento; de la reacción a la prevención; del aislamiento sectorial a la colaboración interdisciplinaria.
Los ciudadanos también podemos colaborar en la planificación del paisaje mediante el comercio de proximidad, dando vida a los agricultores, ganaderos, carpinteros, …, de nuestro entorno para que puedan hacer gestión forestal y protegernos en caso de incendio.
La lucha contra los incendios del siglo XXI no se ganará solo con más helicópteros o más mangueras, sino con conocimiento, planificación y compromiso. Y eso implica que instituciones, sociedad civil, técnicos, bomberos e industria trabajemos unidos por un objetivo común: reducir el riesgo y proteger la vida.
Ramón Maria Bosch
Europe Firefighting Area Manager at Tipsa